Un sillón de terciopelo verde, un hombre que lee una novela, un ventanal que da al bosque de robles, una amenaza, un relato dentro de otro que se multiplica hasta el infinito. Nos pareció una buena metáfora, un buen nombre para un taller de lectura. Además de un homenaje a Cortázar y a su magnifico cuento "Continuidad de los parques". Así que recostémonos en este cómodo sillón y comencemos nuestra tarea placentera libro en mano.

Textos leídos en el taller . Selección de fragmentos

Reanimada por la brisa me acerqué a ella, le pregunté su nombre, y el canto lánguido del heladero me provocó el deseo de invitarla. Norita, que así se llamaba, fue dejando poco a poco su aspecto retraído y algo turbado, y yo comencé a sosegarme. Así fue que apaciguando el calor de la mañana con helados, y sentadas en la frescura del escalón de mármol de una casa cualquiera, conversamos durante horas.

Adriana Romero Bentos, El corazón de piedra verde (cuento fragmento)

Selección: Ana María Paganini

"Se acordó de cuando era niño, cuando su madre y él  y los demás niños iban Chatanoogga en el ferrocarril de Tennessee. Su madre siempre se ponía a conversar con los demás pasajeros. Era como un viejo perro de caza al que acababan de soltar y salía corriendo, olía cada piedra y cada palo y olfateaba alrededor de cada objeto con el que se encontraba."

El Tren, Flannery O´Connor

Selección: Nelly Lang


“Un diálogo que sostenía consigo misma.:

¿Estas haciendo algo.?
Si, estoy: estoy siendo triste.
¿No te molesta estar sola?
No,pienso.

A veces no pensaba . A veces se quedaba solo siendo. No necesitaba hacer. Ser era ya un hacer: Podía ser lentamente o un poco de prisa.”

Clarice Lispector, La partida del tren
Selección: Susana D´Angelo



 Al echar abajo la puerta, la habitación se llenó de una gran cantidad de polvo, que pareció invadirlo todo. En esta habitación, preparada y adornada como para una boda, por doquiera parecía sentirse como una tenue y acre atmósfera de tumba: sobre las cortinas, de un marchito color de rosa; sobre las pantallas, también rosadas, situadas sobre la mesa-tocador; sobre la araña de cristal; sobre los objetos de tocador para hombre, en plata tan oxidada, que apenas si se distinguía el monograma con que estaban marcados. Entre estos objetos, aparecía un cuello y una corbata, como si se hubieran acabado de quitar y así, abandonados sobre el tocador, resplandecían con una pálida blancura en medio del polvo que lo llenaba todo. En una silla estaba un traje de hombre, cuidadosamente doblado; al pie de la silla, los calcetines y los zapatos..
      El hombre yacía en la cama...

William Faulkner, Una rosa para Emilia
Selección: Ana Borensztein

1 comentario:

Anónimo dijo...

Una maravillosa selección, felicitaciones!
Ma.Cristina M.de Scarlato