“(...) se extiende junto a
Antígona, besándola en medio de un inmenso charco rojo.
Creón (entra con
su paje) Los hice acostar, por fin, uno
junto al otro! ahora están limpios, descansados. Están sólo un poco
pálidos, pero tan tranquilos. Dos amantes después de la primera noche. Ellos
han terminado.
El coro: Tú no,
Creón. Todavía te queda algo por saber. Eurídice, la reina, tu mujer...
Creón: Una buena
mujer que siempre habla de su jardín, de sus dulces, de sus tejidos, de sus
eternos tejidos para los pobres. Es curiosa la eterna necesidad de prendas
tejidas que tienen los pobres. Parecería que sólo necesitan prendas tejidas...
El coro: Los
pobres de Tebas tendrán frío este invierno, Creón. Al enterarse de la muerte de tu hijo, la reina dejó las agujas
juiciosamente, después de terminar la vuelta, pausadamente, como todo lo
que hace, tal vez con un poco más de tranquilidad que de costumbre. Y después
pasó a su cuarto, a su cuarto con olor a lavanda, con carpetitas bordadas y
marcos de felpa, para cortarse la
garganta, Creón. (...)
Creón: Ella
también. Todos duermen. Está bien.
La jornada ha sido ruda. (Una pausa. Dice sordamente). Ha de ser bueno dormir.
El coro: Y ahora
estás completamente solo, Creón.
Creón:
Completamente solo, sí. (Un silencio. Apoya la mano en el hombro del paje)
Pequeño...
El paje: Señor?
Creón: voy a
decírtelo a ti. Los otros no saben; uno
está aquí delante de la tarea, y no puede cruzarse de brazos. Dicen que es
una cochina faena, pero si uno no la hace, ¿quién la hará?
El paje: No sé,
señor.
Creón: Claro
está, no lo sabes, ¡Tienes suerte! No
habría que saber nunca. Se tarda
llegar a grande, verdad?
El paje: Oh, sí,
señor!
Creón: Estás
loco, pequeño. No habría que llegar nunca a grande. (Se oye la hora a lo lejos,
murmura.) Las cinco. Qué tenemos hoy a
las cinco?
El paje:
Consejo, señor.
Creón: Bueno,
pues si tenemos consejo, pequeño, podemos ir andando.
(Salen, Creón
apoyándose en El paje)
El coro (se adelanta): Y es así. Sin la pequeña Antígona,
es cierto, todos hubieran estado muy tranquilos. Pero ahora se acabó. A pesar
de todo, están tranquilos. Todos los que tenían que morir han muerto. Los que
creían una cosa, y los que creían lo contrario, y aún los que no creían en nada
y se vieron envueltos en el asunto sin comprender nada. Muertos parecidos,
todos, bien rígidos, bien inútiles, bien podridos. Y los que viven todavía
comenzarán despacito a olvidarlos y a confundir sus nombres. Se acabó. Antígona
está calmada ahora, jamás sabremos de qué fiebre. Su deber le ha sido
perdonado. Un gran sosiego triste cae sobre Tebas y sobre el palacio vacío
donde Creón empezará a esperar la muerte. (Mientras hablaba, los guardias han
entrado. Se instalan en un banco, con la botella de vino tinto al lado, el
sombrero hacia atrás, y empiezan una partida de cartas.) No queda más que los
guardias. A ellos todo esto les da lo mismo, no es harina de su costal.
Continúan jugando a las cartas...
(El telón cae rápidamente mientras los guardias tiran triunfos.)
Selección y lectura: Mary Tramontín
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