Leopoldo
Marechal: Antígona Vélez
Antígona
– El hombre que ahora me condena es duro porque tiene razón. Él quiere ganar
este desierto para las novilladas gordas y los trigos maduros; para que el
hombre y la mujer, un día, puedan dormir aquí sus noches enteras; para que los
niños jueguen sin sobresalto en la llanura. ¡Y eso es cubrir de flores el
desierto! (Mira, desolada, su atuendo
varonil). Ahora me viste de hombre y está ensillando su mejor alazán, y me
prepara esta muerte fácil.
Mujeres
- ¡Niña es tu verdugo!
Antígona
- ¡No! Todo lo ha ordenado él así porque anda sabiendo.
Mujer
1º - ¿Qué sabe, para ordenar una muerte sin culpa?
Antígona
- ¡Él quiere poblar de flores el sur! Y sabe que Antígona Vélez, muerta en un
alazán ensangrentado, podría ser la primera flor del jardín que busca. Eso es
lo que anda sabiendo él, y lo que yo supe anoche, cuando le tiré a Ignacio Vélez
la última palada de tierra y subí cantando a esta loma. ¡Era la piedad, y
también el orgullo de los Vélez! Mi padre murió en la costa del Salado, y fue
su orgullo el que midió veinte sables contra doscientas lanzas indias. ¡Ayer, a
la medianoche, lo supe y canté! Oigan mujeres: yo debí morir anoche. Si yo
hubiese muerto anoche, mi padre hubiera salido a recibirme, allá, en el bajo:
él y sus veinte sables rotos. ¡Ahora no saldrá!
Lectura y selección: Mara Unía
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